Abel Sánchez y Joaquín Monegro eran casi hermanos de crianza, pues crecieron, prácticamente desde su nacimiento, compartiendo juegos y amistades, Tenían distinto carácter. Joaquín era quien parecía iniciar y dominarlo todo, el más voluntarioso de ambos. Abel, en cambio, aunque pareciendo ceder a la voluntad de Joaquín, en realidad era quien hacía de las suyas: le importaba más no obedecer que mandar, empleando casi siempre la fórmula “lo que tú quieras”, para evitar las disputas. Eso enervaba a Joaquín. Abel era tenido por “el más simpático” y todo lo contrario ocurría con Joaquín, quien sufría el aislamiento a que era sometido por sus amigos. Así crecieron durante sus estudios, uno el más popular fuera del colegio y el otro, por su indudable mayor aplicación en los estudios, dentro del colegio.
Concluido el bachillerato — lo que equivaldría a la culminación de la enseñanza media — Abel se dedicó a la pintura artística. Joaquín, a estudiar medicina, con la intención de demostrarle a su amigo que ser Médico era también un arte, en el que podía muy bien plasmarse la belleza y la poesía; en ocasiones, no obstante, menospreciaba el arte y exaltaba la ciencia; entonces era Abel quien exaltaba la Medicina como arte más que ciencia. Estas discusiones sobre los méritos de sus respectivos oficios, servían a Joaquín para etiquetar a Abel como un simple cazador de fama y renombre. Así era en todo esta relación de amistad fraterna entre estos dos personajes.
Necesario es señalar a estas alturas, que estos antecedentes acerca de sus respectivas identidades fueron recogidos por Joaquín en una especie de relato escrito de su vida —sus Confesiones — que hace a su hija, cuyo centro es resaltar los fáciles éxitos de Abel en desmedro del esfuerzo que aquél hace para destacarse en su profesión de Médico y en su frustrado anhelo de convertirse en un investigador médico más que en médico tratante.
Pero hay una razón más en esta disputa competitiva: Helena, prima de Joaquín, de quién está profundamente enamorado, pretendiéndola desde pequeños; pero Helena no corresponde a ese afecto. Abel sabe de esos sentimientos pero no conoce a Helena y Joaquín evita el presentársela, temeroso de que ésta quede también enredada en la simpatía de su amigo. Como un desafío a las pullas de su amigo Joaquín acepta presentársela. Y Abel, a hacerle un retrato. Ambos hechos han de sellar la envidia apasionada de Joaquín. El retrato de Helena se transforma en un éxito artístico de Abel, y, en el subterfugio de su producción, entre ambos surge la atracción que habrá de convertirlos en esposos. Joaquín se siente traicionado por Abel desde el momento en que éste le confiesa que se han hecho novios con Helena y escribe en sus Confesiones que empezó a odiar profundamente a su amigo, pero haciendo el propósito de ocultar ese sentimiento y, a la vez, de acrecentarlo en el fondo de su alma. No obstante su tribulación interior, asistió a la boda.
Luego ocurrió que Abel enfermó gravemente y Joaquín fue llamado como Médico. Llegó a pensar que era la oportunidad de vengarse cobrándose en la vida de Abel: “…vi el espectro de la demencia haciendo sombra a mi corazón. Y vencí. Salvé a Abel de la muerte.” Ese día le comunicó a su agradecida prima que, como ganancia personal de esa experiencia de haberle salvado la vida a Abel, había decidido casarse, aun cuando sabía que nunca podría dejar de amar a Helena, “…no es lo peor no ser querido —dice a su prima— ; lo peor es no poder querer” .
En el ejercicio de su profesión, conoció Joaquín a Antonia que “había nacido para madre: era todo ternura, todo comprensión” y que acogió en ese espíritu a Joaquín y se convirtió en su esposa y en la confidente de su odio por Abel.
Joaquín siente ese odio como si le hubieran dado un bebedizo: como un pecado que nació con él y del que no puede liberarse. Ese sentimiento se acrecienta al saber que Abel y Helena esperan un hijo; éste nació hermoso, como una obra maestra de salud y vigor, y Joaquín se refugió aún más en Antonia, que también estaba esperando. El hijo de Abel, Abelín, habría de convertirse en el instrumento del desquite de Joaquín.
Abel le comenta a Joaquín que pintará un cuadro extraído del Antiguo Testamento: la muerte de Abel por Caín, el primer fratricidio de la Historia y en esa obra plasmará también el alma de Caín, la envidia, condición traída desde su nacimiento. En el análisis que los amigos hacen de las motivaciones de Caín para asesinar a su hermano, Joaquín llega a concluir que si Caín no hubiese matado a su hermano, éste habría sido quien matara a aquél por la vergüenza inconfesada que debe sentir el agraciado, el afortunado, de haber ganado siempre no por mérito de su propio esfuerzo, sino por efectos, como en el caso bíblico, del favor gratuito de Dios alcanzado por Abel.
Joaquín medita profundamente la historia de Caín y Abel narrada por Lord Byron en su obra Caín e íntimamente llega a identificarse con aquel Caín fratricida, envidioso de la suerte de su hermano.
Nació Joaquina. Y Joaquín concibió la idea de que ella llegase a ser su vengadora; pero, luego, se refugió férreamente en la esperanza de que fuera más bien su purificadora. Jura liberarse de su infernal cadena a través de mantener la pureza de su hija, haciendo que amase a todos y sobre todo a Abel y su familia.
El cuadro de la escena bíblica de Caín y Abel pintado por Abel fue un éxito y se le otorgó medalla de honor. Joaquín acudía a la sala de exposición para observar el cuadro y se esperaba que se mirara en él como en un espejo y que los demás observadores le reconocieran como el modelo del Caín representado. Pero, al no observar parecido alguno, pensó que era porque Abel y Helena ni siquiera pensaban en él cuando aquel pinto esa obra; que no le odiaban; y eso le torturaba aún más.
Idea de Joaquín fue el ofrecer un banquete en honor al triunfador Abel. El propio Joaquín le rendiría homenaje en un discurso. Tenía fama de ser un orador frío y sarcástico, de modo que se esperaba una crítica punzante a la obra, de lo que Abel fue advertido; pero éste confiaba en que el afecto mutuo desmentiría aquello y expresó su deseo de hacerle también un retrato. Enterado Joaquín de esta reacción de Abel, se siontió avergonzado de sus sentimientos. En su discurso, Joaquín exaltó tanto al amigo como su obra y lo hizo tan notablemente que se pensó —incluso por el propio Abel— que la fama que adquirió la pintura de Abel se debió a la calidad del discurso de Joaquín. Helena, por su parte, desconfiaba de los halagos de Joaquín, y así se lo señalaba a su esposo, tratando de convencerle que en el trasfondo de los halagos de Joaquín había solamente envidia.
También así lo entendía Joaquín, quien, instado por Antonia, confesó sus sentimientos a un sacerdote, sin que ello le devolviese la paz que anhelaba. Eso y una pintura de la Virgen con el Niño, suscitó una nueva discusión entre los amigos, entremezclándose juicios religiosos con políticos, ocultando a medias los de Joaquín sus sentimientos afectivos.
Joaquín supo de un enredo sentimental de Abel con una antigua modelo, lo que le reafirmó en su convicción de que habíase casado con Helena sólo por mortificarle. En una discusión que sostiene con su prima, Joaquín revela el desliz de Abel. Helena reacciona en contra de Joaquín, enrostrándole su envidia a la fama de Abel y le expulsa de su casa. Empeora la inquina de Joaquín, pero la domina manteniéndola y alimentándola interiormente, aunque en su casa, ante su esposa, no logra disimularla.
Concéntrarse entonces en la educación de su hija, a la que quiere mantener “libre de las inmundicias morales del mundo”. El hijo de Abel, en tanto, estudia Medicina y no arte, como su padre.
Joaquín, se siente interiormente solo y huye de la soledad acostumbrándose a frecuentar el casino, donde sus conversaciones con otro de los habitúes exacerban más aún su soledad y angustia por su apasionada e incontrolada envidia.
Cuando Abelín se titula, Joaquín le admite como ayudante suyo, y surge entre ambos un gran afecto. Joaquín desea confiarle toda su experiencia profesional y acuerdan que el libro que sobre Medicina no escribiera Joaquín, lo escribiría Abelín. Joaquín medita que Abelín será su obra, que le quitará el hijo a Abel, el que, quizás, “concluya renegando de su padre, cuando le conozca y sepa lo que me hizo” — se decía a sí mismo. Abelín revela a Joaquín que nunca estuvo interesado en pintar, en la profesión de su padre, en quien no reconocía una verdadera vocación. También le confiesa que se siente menospreciado por su padre, quien lo trata con absoluta indiferencia; y le expresa su afecto a Joaquín, por sentirlo totalmente diferente a su padre.
Luego, sucedió que Joaquinita, hija de Joaquín quería irse al convento, por lo que éste tuvo una larga disputa con la muchacha, quien sabía perfectamente bien que su padre no se encontraba bien, por lo que quería entrara al convento para rezar por su alma. Sin embargo, Joaquín la sacó de esa idea y la convenció de que se casara con Abelín. Así, los dos muchachos quedaron comprometidos y al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo. Joaquín nunca se había sentido mejor, y trataba ya de abstenerse a lo que había sido su vida tan dolorosa. No quería recordar para nada el pasado, para él sólo existía el futuro. Un futuro glorioso en él su venganza sobre Abel, Helena y todas aquellas personas que quitan el amor a los demás sería por fin realizada.
Sin embargo sus sueños se vieron frustrados y volvió a padecer aquella temible y devastadora envidia que le recorría todo su cuerpo, cuando se enteró de que su nieto quería más a Abel que a él. Esto simplemente no lo aguanto más y fue a hablar claramente con Abel, diciéndole exactamente cómo se sentía y acabando por matarlo, cosa que lo dejó en una gran depresión y tristeza al enterarse que el realmente malo de la historia era él... se arrepentía infinitamente sin creer poder llegar al perdón de Dios. Finalmente, Joaquín murió sin antes revelar su secreto a los demás y sin pedir perdón a todos los que amaba
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